Thursday, April 19, 2012

El salvaje

“Queremos sumergirnos hasta el fondo del abismo, infierno o cielo ¿Qué importa? Para encontrar lo nuevo y verdadero. Y esto si no se da en la conciencia nunca estará en el fondo de una probeta”
Baudelaire

Es curioso, decimos salvaje cuando queremos referirnos a algún asesino sanguinario y sádico. No sé porqué extraña rúbrica ha quedado enraizado en el hablar popular esa expresión antediluviana o más bien colombina. Seguramente debieron servir como pretexto o surgir como consecuencia cuando el cuerpo religioso allá en 1600 discutía sobre la existencia del alma del nativo americano. Obsérvese, pero, que el marqués de Sade era bien europeo. Y que el hecho de que el hombre occidental contemporáneo sea un ser “civilizado” es claramente una cuestión circunspecta al hecho de que este ha nacido y crecido en el entorno de la ciudad.
Así el salvaje es verdadera y profundamente salvaje o dicho de otro modo perteneciente a la selva. Algo que dista mucho del civilizado palacete parisino del marqués de Sade instalado en el corazón de la civilización occidental.
Si el alma esencial del hombre existe, existe en la selva, donde se esconde de alguna manera inexplicable, el cáliz que contiene la sangre de nuestros ancestros.
Porque la selva…la eterna y verdadera selva es inevitablemente sublimadora y su misterio infinito, basto, y grave. Parece como si de alguna manera su fuerza pudiera despertar en mi, pobre individuo civilizado algo de su secreto, alguna de sus potencias. Y despertar ese salvaje que a fuerza de ladrillo y nevera iverna latente encerrado dentro de mi sin que yo sepa como despertarlo de su sueño.
El ser primigenio, original y salvaje es un ser que acepta la naturaleza mágica de la existencia como explicación de su cosmos.
Mientras en occidente la cosmética( en su sentido etimológico ) fruto de la ciencia técnica se extiende hoy día como la verdad divina en la edad media. Y embota toda sensibilidad mística, diluyendo a la vez la duda y el misterio con su manto quántico y aburrido basado en el azar que no explica nada. Eso da como fruto una sociedad profundamente agnóstica o una sociedad ansiosa de consumir religiones holística que intentan desesperadamente volver a unirnos con el todo con el que a fuerza de diseccionar con ojo científico hemos objetivizado hasta convertirlo en algo completamente ajeno a nosotros.
Al respecto siempre he pensado que nuestra concepción cienticicista de la existencia siendo igual de falsa que la concepción politeísta de la Grecia clásica es muchísimo más aburrida. Está deshumanizada, no tiene trama. Explicación abstracta, sobre conceptos abstractos que extraemos abstractamente de la física realidad.
Tampoco quiero defender su visión del mundo exclusivamente, porque de la misma manera esta concepción mística de la naturaleza del salvaje amazónico esta tan basada en supersticiones que se alimentan todos sus miedos ancestrales cultivando desconfianzas, recelos hacia su existencia, y el turista o el hombre blanco no escapa a eso. Confundido en su imaginario por los pishtaco, brujos errantes que se alimentan de grasa humana, cuyo aspecto es el de un hombre caucásico que cojea y va de ciudad en ciudad causando la enfermedad y la muerte. ( Que en el fondo se parece bastante a un español del siglo XVI con viruela matando sin saber al indígena que se le cruza )
Quiero decir no se deben confundir las cosas. La ciencia, ciencia es y sirve para lo que sirve. Pero nuestra concepción existencial debe más bien ser un fruto filosófico y humanístico, que crea en la duda e invente a sabiendas de que lo hace y creyendo en eso… o no.

Conversas con Elio, nuestro guía por la cuenca del amazonas y te das cuenta que es un salvaje. Llama a los delfines con un silbido y estos aparecen, llama a los monos imitando su aullido y estos vienen a contestarle, lo mismo con los caimanes y por su sonido además de su ubicación sabe su tamaño aproximado y edad. Escucha el ruido que escuche lo identifica al momento. Conoce el nombre de cada árbol y su utilidad medica.
Entonces de repente escucha cierto tipo de sonido y dice “ esto…esto es un diablo, imita el sonido de tal pájaro pero observa su carencia lánguida… lo emite como si fuera un lamento”. Aceptando de esta manera la magia y lo oculto sin contemplaciones… y ya se lo que pensáis, seguramente es parecido a lo que pienso yo, o sea que realmente ese canto sale de otro animal que el desconoce, esta es una explicación lógica, que no deja lugar a dudas. Causa, consecuencia, si a entonces b. Pero imaginaros que no pensásemos eso. Que no necesitásemos pensar eso. Seguramente el miedo atávico que puede despertar entender que ese canto proviene de un diablo me hace disparar mis niveles de adrenalina, y de esta manera estar más alerta… Algo sin duda útil en un entorno como este, donde no es difícil pisar una serpiente venenosa mientras caminas, o exponerte a las fauces de un caimán mientras te duchas en el río al anochecer… De la misma manera acepta sin contemplaciones que plantas y animales tienen alma… con lo que les costo aceptar el alma del nativo Peruano a el Papa y sus obispos y estos aquí repartiendo almas sin reparar en gastos. Es algo que me fascina. Representativo de esto es el hecho que cuando los españoles invadieron esto, y viendo los seres humanos que habitaban el lugar absolutamente mimetizados por con el entorno, adaptados de una manera esplendida se cuestionaran si estos podían considerarse seres humanos poseyendo su subsecuente alma o no. Mientras ellos al verlos los introdujeran directos al olimpo de sus dioses. Y esto habla de que es lo que se esconde en la profundidad de las almas occidentales y que en la de los americanos.

Y esa concepción mágica de la naturaleza es bonita y a mi entender está justificada. Nos hace entender la noción intima de la fragilidad y fugacidad del hombre en un lugar donde un mosquito puede erradicar un poblado, donde las lluvias y los ríos devoran el asfalto y las casas sin piedad. Y es que la lucha nos hace iguales y aquí aun no la ganado el hombre. Algo tan pequeño e inofensivo como la hormiga domestica nuestra aquí está dotada de acido ultra urticante parecido a el de las medusas que genera un escozor exquisito y duradero y evidentemente esta es la menos competente de las 200 especies de hormiga que deben haber en la cuenca amazónica, pera ellos esta es la kinderbueno hay una que es como la falange de un dedo que la llaman en su idioma dolor. Elio me dijo muy serio “si te pica … lloras" su te pica en un dedo del pie se te duerme del dolor la pierna hasta la cadera. Y bueno teniendo en cuenta que coge caimanes con las manos a veces para comérselos, igual con las tarántulas y que le han picado serpientes letales tratadose la picadura con cortezas y demás , no me gustaría que me picase una de esas. Y puedo entender que se las respete como a una persona más, que se crea que estas tienen alma.
Aquí el hombre civilizado no sirve para nada, no duraría ni una semana en la selva. Y si no sirve el no sirve su credo. Aquí solo sobrevive el guerrero y el salvaje que duda y cree en el alma de su enemigo al que se enfrenta en la particular lucha a muerte que es su vida.

Thursday, April 12, 2012

La vida es un viaje decían los ascetas

La vida es un viaje decían los ascetas, cuando viajamos se eleva a la última potencia el carácter de fugacidad que es propio a nuestra relación con las cosas. Rodamos sobre ellas y ellas sobre nosotros, de modo que por blandas, suaves y redondas que sean, su contacto con nosotros tiene siempre algo de punzada, de pinchazo doloroso. Al tiempo que decimos “ya vienen, ya vienen” a ese paisaje, a esa amistad, a ese acontecimiento tenemos que ir preparando los labios para decir “ya se van, ya se van”
(…) Precisamente por que son cosas maravillosas su huida apresurada nos deja en el corazón cicatrices. Pero dejemos tan grave asunto. Mi intención se reduce a decir una cosa sin importancia ni transcendencia a saber: que en los viajes se hace extremada la momentaneidad de nuestro contacto con los objetos, paisajes, figuras, palabras y paralelamente crece y nos acongoja la pena que sentimos. Quisiéramos de algún modo fijar alguna de aquellas cosas que pasan a escape (…). A ese fin llevamos cuadernito y un lápiz; apuntamos unas breves palabras y cuando un día, andando el tiempo, las leamos, el paisaje, la palabra, la fisonomía que desapareció adquiera cierta supervivencia, una como espectral vida que conserva de la real ecos, remotos latidos

El espectador, Ortega y Gasset

Llegamos a Yurimaguas un pueblo atroz y decadente que lidia desde su fundación una lucha a muerte con la selva que le circunda. En equilibrio pero con evidentes síntomas de agotamiento. Carreteras engullidas por el barro, fachadas dejándose desconchar bajo el peso íntimo y visceral de la humedad que reina enrrededor y que habita en sus grietas.
En un viaje de 36 horas hemos dado un salto en el tiempo y en el espacio. Las personas parecen ser más contemporáneas que esos personajes andinos que poblaban las ruinas incas con la naturalidad de sus fundadores.
Y la montaña andina se ha cambiado en el decorado por selva, indómita, calurosa y húmeda. Y nos rodea al acecho, como esperando un descuido, observándonos con sus ojos de fiera salvaje. Y da la impresión de su espera paciente, que en cualquier momento nos atacará para engullirnos y borrar el pueblo de la faz de la tierra.
Moteadas, entre la verde espesura, las casas hechas de hojas de platanero y caña se desdibujan bajo la lluvia , incorpóreas, y parecen un árbol más. Y los hombres que la habitan parecen hormigas bajo el efecto del sopor de un día de lluvia, inmóviles, sentados en el umbral contemplando el manto de agua que cae ininterrumpido. Sus pieles arcillosas se confunden con el suelo de tierra y solo sus ojos oscuros enmarcados en el blanco logro distinguir. La música caribeña no deja de sonar, Surgida de un logar que no logro distinguir, como si brotase de la tierra. Y el calor latente a disipado cualquier parecido con el frío reinante en las alturas andinas.
Encontramos un hospedaje en la parte oeste de la ciudad. En el lugar donde esta se acaba abruptamente cortada por el río Huallaga, afluente del río Amazonas. Los delfines grises pasean tranquilamente surcando la ventana a través del manto de lluvia. El paisaje es abrumador y a la vez tranquilizante. Y siento como si por un momento ocupase el lugar que me pertoca en la escala evolutiva, justo al lado de los monos que aúllan más allá del tupido velo verde que contemplo.
Después acertamos aprovechar que ha dejado de llover y recorremos la orilla del río.
… Que nimia se ve la existencia del hombre aquí. A diferencia de en las urbes donde el hombre está rodeado de humanidad y civilización y ocupa el lugar artificial que ha creado para si. Aquí el hombre es algo más, ni más ni menos importante templado por la misma lucha por la supervivencia de todo lo que le rodea, como el platanero y el río, el delfín y el caimán. Y como todo lo demás muestra sus síntomas claros de efímera existencia con cicatrices y flaquezas, como si esperase a la siguiente lluvia para dejarse arrastrar y desaparecer como pegote de barro . Algo frágil y precario, algo fugitivo.
Esa dolorosa punzada que uno siente en su sensibilidad cuando en un extravío de su imaginación visualiza una ciudad fantasma robada de las gentes que la deberían habitar, sin gente en las calles ni niños embutidos en el griterío de los parques o sin el trajín de coches pitando en el embudo cotidiano aquí no tiene sentido. Aquí esa idea y miedo especular no tiene donde aferrarse. Son realidades que a fuerza de distancia no pueden comunicarse. Mundos paralelos.
Observo que en la ciudad la lluvia es algo repugnante, una como injustificada invasión de la naturaleza primigenia en el paradigma de la civilización humana que es la urbe, y aquí es otra naturalidad, ni más ni menos intensa que la canto de las cigarras o las serpientes que pasean en los caminos embarrados.
Y viendo que como cada día un cálido manto de agua deja de suspenderse como éter se solidifica y arrastra de la atmosfera esa humedad omnipresente, se quitan la ropa y con las manos mediando entre el cielo y su cuerpo.
Mientras en la ciudad la gente huye corriendo utilizando paraguas como profilácticos higiénicos aquí la gente se desnuda y se ducha. Las ciudades son un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente de la naturaleza para tomar de esta solo sus frutos en porciones selectas y acotadas… Pero llueve… y el agua tiene el poder mágico de unir lo terrenal y lo humano.

A partir de aquí ya solo nos queda seguir el río a bordo de una de esas barcazas con lo necesario para convertirnos como la ciudad en un asentamiento provisional, frágil y precario. Para en fin convertirnos en meros y minúsculos espectadores rodeados de la grandeza, del paraíso que algún día fue la tierra. Convertirnos en Adán y Eva y dejarnos arrastrar, antes de caer en el abismo del tiempo, en el corazón de la selva que es nuestro corazón mismo.