Saturday, March 23, 2013

Trek por las montañas del Simien national park

Nuestro primer objetivo en Etiopía es hacer un trekking de diez días que culminará con el ascenso del Ras Dashen, la segunda montaña más alta de África después de Kalimanjaro. El Ras Dashen se encuentra en el parque Nacional de las montañas de Simien y es zona endémica de la mayor variedad de aves de África, así como hábitat de baboons, walia ibex y otros animales selváticos. Iniciamos nuestro trek des de Debark, ciudad donde se encuentra la oficina del parque y último contacto con el alquitrán y cemento en lo próximos diez días. El pueblo es una carretera, la que se dirige a Akxum que es la ciudad que albergó la civilización más antigua del mundo, en el norte de Etiopía. Alrededor los hoteles y restaurantes se repiten creando una cúpula que no nos deja ver más allá. Cuando, des de allí empezamos a encaminarnos al parque y salimos de la carretera principal caemos por un túnel del tiempo que nos lleva a la verdadera África, haciéndonos sentir que el resto es una simulación postiza. Un adelanto ilusorio de en lo que algún día se convertirá. El cambio es absolutamente dramático. Y ese punto donde las cosas que eran han dejado de ser para transformarse en esas otras cosas que están más allá y son diferentes, al final ha sido solo un paso. No se han desdibujado paulatinamente como esperaba. Las carreteras aquí son brechas, como cicatrices inscritas sobre la piel de la verdadera África. En un abrir y cerrar de ojos aparece su verdadero color hecho de adobe, tierra y madera, poblada de hombres hechos de arcilla y polvo y sol abrasador. De sonrisas perladas y de cruda realidad. Es difícil expresar des de la perspectiva de al que nunca le ha faltado de nada, la realidad cruda y austera que impera alrededor. Cabañas hechas de eucalipto, paja y adobe que albergan a familias enteras en un espacio de unos veinte metros cuadrados, donde el mobiliario lo forman una cama, un asiento, el hornillo, unas ollas y los potes de plástico que utilizan para cargar el agua. Una prenda de ropa por persona y ya esta. Llevamos nosotros mas cosas en la mochila que las que ellos tienen en su casa y por supuesto en su vida podrían comprarlo. Es difícil quedarse indiferente al ver lo afortunados que somos sin darnos cuenta ni importancia. Para hacer el trek nos hemos unido a un cocinero danés y aun jubilado Neozelandés. El primer día el jubilado tiene un bajón de azúcar la cuarta hora que completará las siete del día. A juzgar por los puñados de azúcar que se mete imagino que la media de calorias diarias que injiere superan las expectativas planeadas, de dos comidas al día, con desayuno de huevos con tostada y verdura con arroz o pasta al anochecer. Tras la obligatoria adaptación y conseguir una mula para nuestro amigo continuamos los días paseando por estos paisajes bajo el sol decapante del cuerno. Al segundo día ya tenemos los labios destrozados y el cogote en sangre viva. Las condiciones climáticas convierten este trek en algo más duro de lo que imaginábamos. El tercer día nos encontramos con los baboons, simpáticos monetes como leones que caminan a cuatro patas mostrando su enorme dentadura. Lo cierto es que los paisajes de las montañas de Simien son increíbles, los precipicios de dos mil metros nos dan una perspectiva vertiginosa de la zona norte de Etiopia, y des de lo alto somos capaces de distinguir una extensión de unos doscientos km. Al sexto día planteamos nuestro ascenso, dejamos en Ambico el lastre y a nuestro amigo neozelandés y salimos a las cinco de la mañana en pos del pico. Cuando llegamos a la cima cinco horas después a 4700m nos encontramos un grupo de baboons que como nosotros han decidido sentarse en lo alto para ver cuan pequeño son y que hermoso es el mundo que habitamos. Al volver a Ambico el cielo se rompe en dos y descarga una granizada que lo cubre todo de blanco precedido por un aguacero que convierte todo el polvo que pensábamos dominaba este lugar en soledad en barro resbaladizo. Finalmente nos marchamos de Ambico después de descubrir que en África también llueve incluso en la época seca, y nos dirigimos a Soma. Al llegar a la zona de acampada, descubrimos que esta es una escuela. Y es también la lluvia la que nos obliga a refugiarnos en la clase que los profesores acceden encantados a abrirnos. Siendo observados por curiosos niños que entre fascinados y asustados no dejan de mirarnos. Al día siguiente Manuela y yo les dibujamos un esquema familiar en inglés que utilizarán para enseñar a los niños. Será en Soma donde descubriremos que el sueldo de un profesor en este país es de 40 euros mensuales. Y que estos viven en chabolas de diez metros cuadrados con goteras en el interior de la escuela. Será aquí donde descubriremos que su hospitalidad no tiene límites y donde veremos que el consumo de café en occidente proviene de aquí. Cuando los profesores del centro nos invitan a su chabola a tomar un café. Es tan diferente su ritual al nuestro, el café que allí se prepara en un minuto aquí lleva una hora puesto que lo tuestan y lo trituran antes de tomarlo y su toma se prolonga durante otro tanto, disfrutando a la vez de su sabor y de su conversación. Es un ritual aunador como la mayoría en Etiopía. La comida se comparte, el fuego también así como el café o el Cuma (trigo tostado). Finalizamos el trek en Agderkai donde intentamos sin éxito encontrar un medio de trasporte que nos devuelva al orígen, Debark.

Aterrizaje

Después de 17 horas de vuelo llegamos al aeropuerto de Addis Abeba. Con un extraño sabor de boca, descolocado. Nunca se dijo que el salto de Europa a África iba a ser fácil. El aeropuerto se cae en pedazos. Los baños no tienen puerta ni papel ni agua. Dos militares armados esperan sentados en unas sillas desvencijadas. Y nos vigilan desinteresados mientras rellenamos los papeles de inmigración. La oficina donde obtenemos los visados es un cuartucho oscuro y sucio con armarios y estanterías metálicas repletos de papeles amarillentos corroídos por el tiempo. Los tres funcionarios que despachan los turistas no saben prácticamente ingles. Tras pasar los controles salimos del aeropuerto, sin percatarnos que el militar de la entrada está ahí para evitar el reflujo. Así que nos quedemos encerrados en el exterior. Porque los muros de los aeropuertos como el resto de muros son bifacéticos , dependen del lado desde el que se miran. Por una parte ese muro encierra el aeropuerto, el descampado y la pista de aterrizaje que lo componen, los controles y oficinas, la gente que desciende de esos aviones y el resto de países del mundo más allá del cielo que se vinculan a través de este nexo a Etiopia. Y por otro lado todo el país que es Etiopia y los países circundantes a través de sus complicadas fronteras, en conflicto con Sudan del sur, Eritrea y Somalia. Son las 2 de la mañana hace calor y las estrellas iluminan el cielo en la capital de Etiopia. Tenemos la dirección de una pensión en el centro, así que cogemos un taxi y pecamos de occidentales pagando lo mismo que pagaríamos en BCN, pero nos da la mismo. Queremos llegar cuanto antes a un lugar donde descansar. El paseo por el centro de la ciudad es como una película de Lars von Trier y Lynch juntos. Onírico y surrealista se escucha música y gente por todas partes. Algunos toman cerveza sentados en sofás estampados en la calle iluminados por tenues luces rojas o amarillas. La autopista se convierte en pista de tierra y pasado el barrio de putas el taxi se para y empieza a buscar la pensión que está por los alrededores. Al llegar a la pensión comprobamos que esta es como la autopista o como el aeropuerto, aunque cumple con su cometido carece de todo. Una pegatina sucia que imita a racholas hace de suelo. Un armario destrozado sin puerta y mugriento nos da la bienvenida nada más abrir la puerta. Al fondo a la derecha un water también sin puerta y fuera de servicio emana su delicada fragancia al resto de la habitación. Si pensaba que la India me había curado de espantos me equivocaba, siempre todo puede ser peor. Aunque no pierdo la calma estoy bastante sorprendido. Si esto es la capital tengo ganas de ver que me depara este país… estoy seguro que no va a dejar títere con cabeza. Amanecemos en la ciudad descolocados, algo parecido al jet lag. La luz no arroja luz al asunto pero si calor. Ayer estábamos despidiéndonos de los amigos tiritando en el aeropuerto de BCN a 2º y hoy despertamos con un sol aplastante y sus buenos 27 º. Pregunto la hora y me dicen que son las 3. El desfase horario es de 3 h así que son nuestras 12. Pienso que si que hemos dormido y que debe ser el cansancio acumulado. Salimos a la calle y vamos a comer algo. La ciudad esta en construcción y es una locura total, sin aceras en muchos tramos, con runas y suciedad por todos lados y la gente nos mira como si no hubieran visto un blanco en su vida. Tras un cuarto de hora ya estamos quemados y sudados. Ruido y humo por todas partes y una ciudad sin forma de ciudad. Addis Abeba de hecho parece dos autovías que se cruzan. Absolutamente extraño. Comemos, paseamos intentamos de encontrar un lugar donde hacer llamadas internacionales infructuosamente y volvemos a casa a las 8. El sol está cerca del meridiano celeste. …esto no puede ser ¿Aquí no se pone el sol nunca? Cuando acudimos a la guía para ver que está pasando descubrimos que para empezar estamos 7 años y medio antes de lo que estábamos en Barcelona, y que las horas se cuentan desde el amanecer. Así que a las 6 de la mañana aquí son la 0. La idea de contar las horas desde el amanecer aun siendo igual de arbitraria me parece que tiene un poco más de sentido. Después de pasar un par de días gestionando nuestros visados y haciendo un poco de inmersión gastronómica. Nos dirigimos a Gondor, nuestro primer objetivo. La ciudad que alberga el Camelot Africano, sólo que en este caso no es un castillo mitológico sino verdadero.