Friday, March 2, 2012

Trekking alrededor de Sucre


Después de 4 días de carnaval, primero en Oruro, donde es patrimonio inmaterial de la humanidad según la UNESCO y después en Sucre, la capital, estábamos realmente hartos de esa festividad. Y no por habernos emborrachado sin parar, si no por la costumbre extendida por estas tierras de mojar, ya sea con una espuma que venden en aerosoles, con pistolas de agua o globos a todo el mundo. Todos contra todos. En una guerra constante donde aceptas desde el inicio estar calado hasta los huesos. Y aunque la guerra es cruel e indiscriminada los que nos llevamos la peor parte somos los inocentes gringuitos. Así que después de estar 4 días esquivando globos en ataques sorpresa o chorros de agua en la cara mientras comíamos tranquilamente, nos disponemos a recorrer una ruta prehispánica que aunque solo se encuentra a 35 km de la capital es suficientemente auténtica como para que el castellano no sirva. Y que ha de llevarnos por pinturas rupestres en cuevas recónditas a grupos étnicos auténticos como los Jalq’a de Chuanaca. O la huellas de dinosaurio de Miñu mayu que se quedaron grabadas en las laderas de un cono volcánico espectacular.

El primer día tras aprovisionarnos y dejar nuestras cosas en la consigna de la terminal, preguntamos como podemos llegar al lugar de partida, inicio descamino prehispánico,la capilla de Chataquile.
La mujer nos dice que es imposible ir por libre que tendríamos que contactar con alguna agencia turística. Nosotros a sabiendas que las agencias turísticas solo saben vender experiencias enlatadas y acostumbrados a esa falsedad hecha a medida para gringuitos, hacemos caso omiso y conseguimos que nos acerquen a la parada de camiones que van en dirección a Chataquile. Mientras comemos un pollo con arroz y papas, esta vez la mamita, nos vuelve a decir que es imposible que lleguemos al destino, que volvamos y que al día siguiente cojamos un autobús. Hacemos también caso omiso nos montamos en el siguiente camión con los integrantes de una comparsa que lleva una semana festejando por las calles de Sucre y con otros campesinos y gente de origen humilde. Después de dos horas y dos camiones llegamos a Chataquile, lugar donde para nuestra sorpresa, solo hay una capilla y una oficina de turismo abandonada. Después de limpiarla y aromatizarla montamos la tienda y pasamos la noche en esta última. Al día siguiente el camino que serpentea ladera abajo nos lleva por unos parajes espectaculares, las piedras se suceden en geometrías imposibles sosteniendo el camino a nuestros pies, sinclinales en todas direcciones, vegetación subtropical y riachuelos de agua. Seguimos el río Ravelo y lo cruzamos alcanzando el río Potolo que desciende sobre un plano del sinclinal con fuerza. Lo ascendemos hasta llegar al pueblo homónimo. Allí mora la primera comunidad auténtica. Ellos celebran el carnaval del miércoles al domingo. Así que nos resignamos a volver a ser objeto de excepción en unas fiestas marcadas por el alcohol, las danzas y los globos de agua. A diferencia que en Sucre aquí somos invitados a sentarnos en todos los puestos donde reparten chicha fermentada, su bebida alcohólica a base de maíz agua y azúcar. La gente es abierta aún sin entenderte demasiado y habla contigo en quechua sin tu saber responder. Se nota por la entonación que llevan desde la mañana bebiendo chicha, la mayoría andan tambaleándose por la calle. Desde fuera todas las festividades son el mismo absurdo pero al estar ellos contentos nos dejaos contagiar. Al día siguiente nos espera lo que ya va siendo habitual en las rutas por Bolivia. Los caminos que seguimos se metamorfosean. Pasan de ser pistas de autos afino trazado a huellas de animal a río. En definitiva, nos perdemos. Seguimos la pista hasta un río y creyendo que continua avanzamos su cauce hasta no poder mas, retrocedemos las dos horas perdidas saltando de piedra en piedra intentando inútilmente no meter el pie hasta la rodilla en el río. Buscamos la ruta principal dirigiéndonos perpendicularmente a ésta subiendo y bajando colinas que no tienen piedad. Al final parece que encontramos un rastro. Porque a costa de recorrer estas rutas inhóspitas estamos desarrollando, como los personajes de Lost, la capacidad de seguir rastros. Por el grado de la compactación, el tamaño y la cantidad sabemos si es reciente o pasada, si es de un pastor perdido o si es una ruta principal. Ahora entiendo a John Lock, lo que hace la necesidad.
Después de siete horas caminando, exhaustos y amenazados por la lluvia encontramos un rastro que parece ser el de un niño pastor y sus ovejitas. A juzgar por las huellas bajaron al río des de su poblado, no muy lejano (un niño debe estar en casa a la hora de cenar) pero lo que le permitió su vigorosa juventud, subir el cerro de la muerte, no nos lo permiten nuestras condiciones actuales. Así que acampamos la tienda y pasamos allí la noche. Al día siguiente, con energías renovadas, subimos el cerro. Encontramos el camino, encontramos el poblado familiar, el niño pastor. Las ovejitas nos miran cómplices mientras siguen cortando el césped. La familia nos indica el camino. Volvemos a depender de nuestra capacidad de seguir huellas. Manuela se arrodilla sobre unas y dice: Jordi por aquí pasamos ayer. El camino que baja al río da la vuelta por el cerro de la muerte y vuelve por donde venia. Al final husmeando, encontramos una pista que sube por la ladera, llega a un poblado incaico destruido. Algunas familias tienen entre las ruinas sus casa y huertos. Seguimos la pista hasta encontrar las fallas sinclinales con las pisadas de dinosaurio y desde ahí al cráter del volcán. En el valle interior se encuentra Maragua. Al principio teníamos la intención de pasar la noche allí, pero nos dicen que el pueblo está incomunicado por la lluvia y que la única manera de volver a Sucre es haciendo la ruta hasta Chaunaca.
Unos porteadores de provisiones nos dicen que van para allá, que el camino es complicado y que nos invitan a seguir. El ritmo de los porteadores con prisa por la Cordillera de los Frailes es brutal. Y más después de seis horas de caminata. Recorremos los quince kilómetros de desniveles imposibles en dos horas. Después cogemos una camioneta hasta la capital y solo nos queda celebrar por todo lo alto nuestra jornada triunfal.

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